Pulso CABEZA – CORAZÓN
La verdad es que no sé muy bien donde debería publicar lo que voy a escribir a continuación, si en el blog que tengo para mí proyecto para dar a conocer la discapacidad física, en especialmente mis vivencias o en este blog, que es algo más mío. Pero como esto es más un pulso cabeza – corazón tanto conmigo misma como con los que me rodean, me conocen (o puede que crean que me conozcan, porque a veces pienso que ni yo misma me llego a conocer del todo) y me quieren (aunque a veces no sé si mucho o poco o mejor si dicho en vez de quererme bien me quieren mucho,y a veces puede que ese “mucho” signifique “a penas”). Por todo esto, he decidido publicarlo aquí. Puede que haya gente que me conozca y lo lea. Y puede que parte de esa gente se enfade al leerlo, pero sinceramente, me importa un pito. Porque no lo hago para que ninguno o ninguna se sienta aludido o aludida o para ofender a nadie (por otro lado, como dice el refrán: ‘Quien se pica, ajos come’) lo hago porque me desahogo escribiendo y hablando, pero sobre todo escribiendo. Y esa es la razón principal de este blog tan mío. Así que, allá voy:
Muchas de las personas que me han rodeado y me rodean en mi vida saben cuál es mi situación física. Una situación y una vida que yo no escogí: vivir sobre ruedas y muchas veces me han preguntado lo siguiente cuando les he contado parte de ella: ‘¿Y no te has planteado operarte de nuevo para andar o simplemente para ponerte de pie? Puede que mañana lo eches de menos y te arrepientas de no haberlo intentado antes.” Personas que me hacen este tipo de comentarios, ya me conocen bastante y sé que lo hacen desde el cariño pero siempre me da la sensación – venga de quien venga el comentario – de que hablan sin conocimiento de causa en absoluto hacía mi persona por algo tan simple de que no están en mi pellejo, (por mucho que se hayan dedicado o les interese la rama de la terapia ocupacional, la fisioterapia, la psicología, la enfermería o cualquier otra rama de las ciencias de la salud, me da igual lo que sea), y más, cuando insisten siempre en el mismo argumento una y otra vez. Algo que por otro lado no me cabrea pero si me molesta. Puesto que yo, antes de que me dieran otra vez el mismo argumento, o similares, les he explicado la razón principal que me ha llevado a estar donde y ser quien soy, aquí y ahora (ya que no tengo ni puñetera idea de lo que va a pasarme mañana o dentro de dos días) y que voy a explicar públicamente:
Hace ya unos cuantos años tomé la decisión de vivir sentada. Algo que sabía que no iba a ir como la seda ni mucho menos sobre ruedas (permitidme un poco de humor negro). Decidí que la etapa de operaciones de caderas, rodillas y demás partes de mi cuerpo iban a quedar a un lado, junto con el olor a hospital, la mala praxis de alguna que otra enfermera, las agujas, las escayolas y sobre todo el dolor. Y a todo eso hay que añadir los meses y meses de rehabilitación y reposo sin vida social ni académica.
Así que decidí que ya estaba asqueada y cansada de tanto dolor tanto para mí como para mi familia – porque nunca se me olvidarán las caras de mi madre, mi hermano y mi abuela camino al quirófano ni tampoco su paciencia y aguante contra mi mala hostia en todos los procesos post operatorios, que, al menos en mi caso, son mucho más duros que la operación en sí – y decidí parar. Decidí que yo no había venido a este mundo y que mi madre no había luchado tanto por mi para que yo me pasara año si y año no de quirófano en quirófano y de hospital en hospital. Que la vida para mi tenia que ser más que eso pese a todos los problemas y zancadillas que me pudieran poner en el camino. Quizá porque mi madre desde pequeña, me enseñó a mirar siempre hacia arriba y a valorar lo que tenía.
Al principio a mi familia le costó muchísimo entender que yo quisiera parar todo esto. Que quisiera vivir sentada. Me costó hacerles entender que por mucho que me operará y por mucha rehabilitación que hiciese yo nunca iba a caminar como una persona normal y que eso a mí me frustraba y mucho, que se me acaban las fuerzas, que se me esfumaban las ganas de todo. Porque la discapacidad física que yo tengo está en el cerebro: el órgano más desconocido para la ciencia. Tengo una parálisis cerebral que me afecta a muchas cosas aunque especialmente a mi movilidad y puedo hacer dos cosas: seguir luchando contra viento y manera contra mi cerebro o intentar vivir una vida lo más normalizada posible con lo me ha tocado vivir. Y escogí lo segundo.
¿Qué si a veces echo de menos andar con andador hasta la casa de mi abuela o en el recreo de mi colegio? Pues claro, joder. ¿Qué si no me gustaría ponerme de pie e ir al servicio sola sin depender de nadie? ¿Y a quien no le gusta?, digo yo. Pero esto es con lo que me ha tocado convivir y sé que se puede ser feliz. Porque ha día de hoy, pese a todo, lo soy. Me considero afortunada por situación que me ha tocado vivir, porque sí, podía ser mejor, pero también podía ser mucho peor y estoy muy orgullosa de lo que a día de hoy estoy consiguiendo y sé que aún me queda mucho, sentada o de pie. Y que si algún día no muy lejano me tengo que operar porque es lo mejor y me siento segura y fuerte para afrontarlo con todo lo que ello conlleva, que no es poco, lo haré.
Pero no voy a consentir que nadie intente rebatir mis decisiones o pensamientos pensando en lo que pude tener o no por muy conocidos o amigos míos que sean. Yo no opino de cosas tan tan personales de la vida de nadie porque yo no lo he vivido. Y no me gusta que lo hagan conmigo. Hay opiniones y opiniones y, sobre todo manera de decir las cosas. No es el QUÉ SINO EL COMO, hay ocasiones en las que tenemos que pensar que nuestras palabras pueden ‘herir’ a la persona que tenemos delante, hay que saber frenar y sobre todo hay que saber ponerse en el lugar del otro. Porque cada persona tiene su vida.
Y a día de hoy solo estaría dispuesta a rebatir sobre esto con la persona que lo ha dado todo para que yo esté aquí: mi madre. Y porque aunque sé que puede que muchas veces no ha estado de acuerdo con las decisiones médicas que he tomado en los últimos años sabe mejor que ninguna otra persona – aunque a veces no al 100% porque tampoco es yo – lo que he sufrido, pasado y vivido y sé que me respeta.